Desde pequeño he sido un devorador de historias deportivas, más que practicar deporte, me gustaba leer las gestas escritas en los periódicos en la sección de deportes. Antes creía que era normal, por mi corta edad, luego me he dado cuenta que era los únicos artículos a los que sigo prestando atención.
Como decía Albert Camus "lo que sé de la moral de los hombres lo he aprendido del fútbol". Pues básicamente yo he aprendido lo mismo a través del deporte.
Durante las próximas semanas (q al final serán meses), voy a intentar hacer una recopilación de aquellos artículos periodísticos que todavía recuerdo en la memoria y que por tanto en este blog he intentado imitar. Vulgar imitación, todo sea dicho.
El primer artículo es sobre el Triatlón, único deporte practicado como algo más que un hobby, más bien una religión. Los más cercanos siempre me dicen lo mismo "no vas a ir a ninguna olimpiada". Yo respondo con el original "tu tampoco vas a ir a la NASA y aún así sigues estudiando". Cuestión de gustos.
Este artículo lo escribió Carlos Arribas. Era el día antes de la disputa del triatlón olímpico de Atenas. Debía ser la coronación de un triatleta Gallego, Iván Raña. Todos ya conocemos la historia final. Mala suerte. En este artículo se muestra lo q es el triatlón, fuerza, sufrimiento y cabeza para ahorrar ...pensar y sufrir.
"Hay una corriente cultural en California que postula que cuanto más delgado es uno, cuanta más privación alimenticia -voluntaria- se autoinflige, más longevidad alcanza, más largos años vive. Los adeptos a esta filosofía espartana de la vida mortifican su estómago comiendo acelgas herviditas -es un decir- por todo sustento cotidiano y mortifican su cuerpo sometiéndole a la tortura del triatlón.
"Cuando nado, pienso en la bicicleta. Cuando pedaleo, en la carrera a pie"
La cuesta del cementerio es corta, pero terrible. A Llobet le toca vigilar, controlar, asegurar
Hay gente así, nacida para sufrir, pero ninguno se llama Iván Raña, por ejemplo. O Xavi Llobet o Eneko Llanos. Ellos, los españoles que hoy tomarán la playa de Oceánida, en Vuliagmeni, donde van los más chics de Atenas a bañarse, y se quemarán, la espalda brillante de sal, picante, en la cuesta que les sube al cementerio, y reventarán, los músculos próximos a reventar, quejándose, por las largas avenidas de la costa, han nacido para disfrutar. Lo que le pasa es que les gusta el triatlón, la disciplina olímpica desde Sidney que combina 1.500 metros de natación, 40 kilómetros de bicicleta y 10.000 metros de carrera a pie. Con el triatlón no buscan la longevidad de los de las acelgas, sino, soberbios ellos, la inmortalidad. O lo que sea que sienten quienes tocan la gloria olímpica. Y algunos, Raña tan sonriente, tan agobiado con las obligaciones mediáticas de su oficio se monta sobre una bicicleta, siempre obedeciendo los latidos de su corazón atropellado, saben que están, que pueden estar, muy cerca de ella.
Más allá del mito, de los comedores de acelgas, de los supermanes que ganan las ironman -las carreras extremas que proponen un maratón sobre el agua, otro sobre la bicicleta y otro a pie, el olímpico multiplicado por cuatro- y pueblan el folclore del triatlón, la leyenda de su feroz individualismo, de la búsqueda de los límites del cuerpo y del dolor, el triatlón olímpico es un deporte sutil, táctico. De complicado equilibrio entre el derroche, la audacia y el ahorro. "Cuando nado, pienso en la bici- Cuando pedaleo, pienso en la carrera a pie", dice Raña, gallego, 25 años, quinto en su debut olímpico en Sidney 2000, cuarto en el Mundial 2001, primero en 2002, segundo en 2003 y 2004, el hombre más seguro y consistente en la alta competición. Cuando nada Raña, todos los triatletas, piensan, primero, en su integridad física, en que un codazo cerca de las boyas de giro, sobre todo al principio, no les deje sin resuello, sin hígado, en que un manotazo no les deje sin gorro o sin gafas; después piensan en la transición, en calzarse rápido las zapatillas sobre la bicicleta, en coger el primer pelotón. Sobre la bici piensan en sus pulsaciones, en los músculos de sus piernas, en no entrar en zona roja, en no pasarse de desarrollo para que la espalda no sufra con sobreesfuerzos, en controlar y no gastar innecesariamente. Pero cuando ya se bajan de la bici, cuando enfilan la carrera decisiva, en no pensar en nada.
Como el repecho del cementerio de Vuliagmeni es corto, pero terrible -180 metros al 22%-, los españoles temen que algún loco del pedal, se llame Marceau, Henning o Stoltz, lo aproveche para desbaratar el plan que prevé dejar a Raña a pie de igualdad para el último tramo -el gallego es tremendo corredor a pie-, por lo que, pioneros en el uso de gregarios en el triatlón, han decidido que Llobet vigile, controle y asegure. Todo para que Raña - "cuatro años más viejo, cuatro años más sabio, menos disperso, más profesional, más centrado, más consciente de la importancia de cada carrera"- culmine de forma dorada su progresión. O alcance la inmortalidad.
lunes, 25 de enero de 2010
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